miércoles, 31 de octubre de 2012

El sentido del problema

No sé si estaréis conmigo, pero yo soy de las que piensan que las cosas se pueden superar, pero no olvidar. Y que además debe ser así precisamente porque la superación supone haber llevado a cabo un proceso de aceptación de la situación. O, al menos, un proceso de significación.

Hay que tener en cuenta que los problemas que nos afectan, las situaciones adversas, no pasan por nosotros como si pasearan tranquilamente por una playa paradisíaca. Sus huellas no desaparecen tan fácilmente al encuentro con el mar.  Sus huellas aspiran más alto. Quieren entrar en nuestro paseo de la fama particular, plasmarse en el cemento, y vivir en nosotros para siempre.

Esto es algo que no se puede cambiar. La huella que el problema, que la adversidad, deja en nosotros, es algo que no podemos borrar. Pero hay algo que sí podemos hacer. Dotarla de un nuevo sentido. ¿Y si en vez de quedarnos en lo horrible que es, la adornamos con una estrella y hacemos de ella un recuerdo soportable?

No es tarea fácil, desde luego. Y mucho tiene que ver con aquello que nuestra familia nos transmite desde que nacemos. En este punto, lo que sabemos del apego cobra de nuevo todo su sentido.(¿Queréis que incluya una entrada sobre esas teorías?) Pero lo fundamental en este punto es tener claro que, si durante nuestros primeros años de vida la actitud de la familia es adecuada, nos ayudarán en la confección de un estilo de comportamiento que nos permita enfrentarnos a las adversidades mediante el uso de nuestra propia fuerza interior.

Los procesos o mecanismos que podemos utilizar para llevar a cabo ese proceso, junto con esa actitud adecuada de la familia, son temas que iremos viendo en las próximas entradas.





martes, 23 de octubre de 2012

La incomodidad social

La importancia de la autoprotección (de la que os hablé en la entrada anterior) en el camino de la superación   del trauma, conecta directamente con el ámbito social. Recordad, finalizábamos el último post preguntándonos cómo encajar de nuevo en el mundo de nuestro entorno cercano tras haberlo abandonado un tiempo. El que sea que hayamos tenido que necesitar para iniciar nuestro regreso.

Apartémonos un momento. Centremos ahora nuestra mirada en aquellos que están a nuestro lado. Durante el tiempo que hemos estado ausentes, ¿qué ha sido de sus vidas? Lo lógico es que algo nos hayan ido contando, sabiendo o no nuestro estado. Lo lógico es que no hayamos sido capaces de interiorizarlo, de empatizar. Recordad que nuestra oscuridad no dejaba entrar la luz.

Cuando uno empieza a recobrar el sentido de la vida (hablamos aún de los inicios), el miedo puede ser un compañero de lo más habitual. El miedo a rehacer o sanar lazos, el miedo a estar a la altura de lo que se supone se espera de nosotros. Es aquí cuando la generosidad de quienes nos quieran recobra todo su sentido. No es momento de exigencias. Es momento de abandonar la incomodidad social.

La moral puede sentirse atacada, removida, cuando estamos ante adversidades terceras. ¿Cómo he de tratarle? ¿Debo hacerlo? ¿Le haré daño si le hablo de tal manera? ¿Sería bueno que le propusiera hacer tal cosa? La sola formulación de estas cuestiones, denotan la preocupación de aquéllos que nos quieren. La "no contestación", incomodidad social. Ésa que actúa de barrera entre nosotros y ellos. La que impide que entre su luz en mi oscuridad, negándome la ayuda que me permita intentar salir.

Familia, pareja, amigos... ¿qué hacer? Controlar la incomodidad en cuanto aparezca. Huir del miedo al trato, de la "evitación". Dar cabida a una propuesta firme de ayuda. De estar ahí.

Decía Coyne que la gente no soporta a los deprimidos o a las personas con estado de ánimo bajo y que, por ello, tiene tendencia a huir de ellos. Puede que tenga razón, al fin y al cabo lo más sencillo es permanecer al lado de quien siempre nos transmite buen humor y con quien sabemos que vamos a divertirnos. Pero, en todo caso, yo añadiría a la opinión de Coyne que no sólo se trata de no soportar. Se trata también de no saber. Y de no saber si serán capaces de soportar las recaídas del ser querido durante su travesía por el camino del dolor.

Únicamente piensa una cosa: hubo una vida antes de la adversidad. Ayúdale a recordarla. 

jueves, 11 de octubre de 2012

La Autoprotección

¡Hola! Como ya os comentaba, nuevos proyectos me mantenían alejada del blog... pero ahora que tengo un huequito, quiero compartir una nueva entrada con vosotros. Si recordáis, nos habíamos quedado en el punto de regreso a la vida tras nuestra estancia más allá. (Confío en que se entienda, tras lo visto anteriormente, en el significado que reside tras esas palabras.)

Bien, como decía, se trata del inicio de la toma de conciencia. Hemos dejado de vagar entre las oscuridades que flotaban a nuestro alrededor, y hemos aterrizado en el Planeta Vida. Cómo explicarlo... es un una especie de "click", un cambio de mirada, es tomar conciencia de que eres realmente una PERSONA, con una historia, con gente que sabe de tu existencia y, por qué no, gente que te quiere. Es el momento en el que te das cuenta de que puedes tener tu sitio.

No es fácil. Existen factores que han de conjugarse. Uno de ellos es la autoprotección. Alejarte emocionalmente de lo que te llevó a aquél estado, es fundamental. Pero no suficiente. No nos engañemos. La anestesia, por sí misma, no salva vidas. Pero es necesaria, ¿no creen?

Nuestra anestesia es lo que intenta que modifiquemos la significación de los sucesos traumáticos vividos. Alejarse emocionalmente y tratar de encontrar, por ejemplo, una chispa de humor. Mirad, recuerdo un caso. Sólo os diré que tras un tipo de violación y, quedándose medio desnuda en la calle de madrugada, la joven lo recordaba años más tarde (ya os dije que no era fácil) como: "madre mía, con el frío que hacía y yo medio en pelotas por ahí... ¡menudas pintas!". Llegar a decir frases como esa es muy costoso y doloroso. Pero estaba tratando de mitigar el dolor que encierra el recuerdo.

No olvidéis la escala temporal: salir de ese más allá, regresar, y fortalecerse es un camino largo. "la vergüenza de haber sido una víctima, el sentimiento de ser menos, de no ser ya el mismo, de no ser ya como los demás, quienes a su vez también han cambiado durante el tiempo en que ya no pertenecíamos a su mundo. ¿Y cómo decírselo?" Íbidem, 31.

Difícil, ¿verdad?